Ha muerto la mañana. En un recodo
estaba la luz, tendida, y los lagartos
manchaban de rojo su panza amarillenta.
Detrás de la puerta gris está la noche
esperando su tiempo, su ocasión
de saltar a la escena y envolvernos
en el manto desteñido de sus alas.
No hay sendas para andar este momento,
no hay pasos para hacer el recorrido
que nos lleva, de pronto, a esta noticia,
al cansancio infinito de la muerte.
Tenemos la existencia dividida
en dos partes desiguales, desde ahora.
Hemos envejecido de repente
con los años de tu ausencia
doblándonos los hombros y marcando
en nuestro corazón tantas arrugas
que no vamos a creer a los espejos.
Ha caido, tronchada, la flor ciega
y nos ha rozado a todos con su aire.
Como una barca rota, como un árbol
doblado por el rayo hasta la tierra,
te quedas en mis venas, en mi tacto,
contra el tiempo voraz, contra los muros.
Se desnudan las ventanas
y se ahogan los surcos azulados de la siembra.
Se nos quedan pequeños los minutos
y lloran los relojes como cirios.
Ha muero la mañana. Tu figura.
se alarga por la sombra hasta perderse,
hasta hacerse vacío en los asientos
y el hueco de calor de la almohada.
Detrás de la puerta está la noche
y tiene la boca ensangrentada
de tanto, gritar a los trigales,
de tanto llamar entre los robles.
Horizontal y pétreo, reducido .
a un proyecto de tronco, te encontramos.
Mañana nos iremos, fugitivos,
masticando la ceniza del ocaso.
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