lunes, 5 de septiembre de 2011

NOCTURNO HACIA MIS PASOS


Nocturna soledad que no me abruma,

aunque vuelva contra mí los aires ciegos.

Nocturno mediodía, nocturno cielo,

más lleno de mí mismo que mi vida.

Despliego la noche y la contemplo

hasta haberla aprendido de memoria.

Señalo los caminos con violencia,

con alas de palmera, con silencio.

Señalo los caminos porque quiero

volver hacia el pasado y desandarlos.

Me quedo en la ventana con el sueño

para escuchar el llanto de las torres,

para esperar el agua que se ha muerto

o viene malherida por las zarzas.

Pregunto por los árboles y nunca

sabré por qué han huido, cuando estaban

más cerca del aroma y de la calma.

Las piedras no pueden conducirme,

son labios sin sonido ni memoria.

Las piedras siempre olvidan su pasado.

Las nubes que corren me despiertan

para hacerme pensar que no estoy vivo,

que soy el resplandor de algún incendio,

de alguna soledad puesta en camino.

Los ríos son mis brazos, y mis dedos

son espinos que recorren la mañana.

Haré un túnel imposible donde pueda

encontrarme con la hiedra y alejarme

del tiempo que me muerde las entrañas.

Fríos árboles de pena me conducen

por un verde indivisible, por un verde

que no sabe de soles ni de tapias.

Cipreses maternales, primitivos,

como regazos. ciegos. Como pechos

que esperan mi cabeza.

Nocturna soledad que va conmigo,

que suena con mis pasos.

Que me lleva hasta las altas cimas de los gallos,

donde mueren los pinares, donde nacen

los lagartos caminantes y las puertas

que nunca se cerraron ni tuvieron

un tiempo de color y de miradas.

Herido estoy de tierra y alejado

de los campos navegables, de los cam­pos

construidos sobre el mar.

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