lunes, 5 de septiembre de 2011

EL PEREGRINO


Adivinando el mar a cada paso,

en la noche de perros aulladores,

nos vamos ausentando del presente,

nos vamos acercando al monte enhiesto

donde muere el río azul de la retama.

Pisando manos claras de crepúsculo

llevamos las flores por bandera.

Llevamos en carretas nuestros sueños,

nuestras pequeñas muertes, nuestros días,

y un ruido de tejas desprendidas

iniciando la tormenta en nuestra frente.

Agoniza el laurel y se desmaya

el muro oceánico del viento.

Se dobla la torre como un junco

colgado en el vacío, tan delgada

como un arco de brezo y azucenas.

La lluvia nos persigue hasta encon­trarnos

convertidos en ruinas, en maizales

pisados por la ira del granizo.

Contando golondrinas y colmillos

ascendemos a un cielo de caliza

cubierto de palabras como lámparas.

Nos ponemos de rodillas en la arena

y leemos avisos que la noche

había dejado escritos sin saberlo.

Buscamos la raíz de las columnas

que mantienen alzado el arco iris.

Buscamos la semilla de marfiles

y el polvo de metal que un día brota

en tallos de lavanda y siempreviva.

Las hojas del otoño se han marchado

unidas a los pájaros nocturnos.

Los troncos se desangran en silencio

y arcángeles de estaño se desprenden

de un horizonte de puñales.

Rompemos las cadenas de la sangre

para poder andar sobre los lagos

venidos a la fiebre de las lámparas.

Se nos pone el sol en las pestañas

y resbala la tarde dolorida

por el hueco caliente de la espalda.

Cuando se abren las flores de la arena

sabemos que algún muerto ha respirado,

que Dios abre los ojos y nos mira

para poder sentir nuestro cansancio.

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