Para decir adiós a mi silencio
subiré al tejado roto
de la aurora.
Recorreré despacio, con los gallos,
las sendas carcomidas
por la fiebre.
Grabaré palabras balbucientes
en la piel blanca del árbol,
los nombres de las cosas
que nunca he conseguido.
Para decir adiós a mi silencio,
para hacer brotar claveles
en mi vientre,
me quedaré en la tierra
boca abajo
oyendo las corrientes y los gritos.
Detrás de las raíces de la voz
se quedará el metal de los recuerdos
con moscas adheridas,
con los restos de antiguas batallas
en mi frente.
Gaviotas dormidas. Aquelarre
de búhos encantadores
de serpientes,
y círculos de piedras
que señalan
momentos olvidados de nostalgia.
Detener los relojes
con arena
que lleva nuestras huellas,
nuestro aliento
y olores que vienen de otros años
como cartas recibidas en otoño.
Para decir adiós a mi tristeza
volveré a vestirme de hojas verdes.
Las rocas afiladas se desnudan
para un baile de luces donde espero
encontrarme con mi rostro,
el de los días en que aún
estaba alegre
y no sabía que habían desfallecido
las ventanas.
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