I
Morir en una playa
cuando enero,
cuando el viento haya olvidado
las pisadas.
Morir besando el cielo,
de rodillas,
cuando está gritando el mar,
mientras me duermo,
mientras vuelvo a despertarme,
mientras sigo pensando
que la muerte no es verdad.
Morir con el alma abierta y
en las manos
el gusto de una ausencia.
Con todas las caricias aprendidas,
con espigas que, de pronto,
casi flores,
con un sabor a sal en todo el pecho.
No es verdad que exista el odio.
No es verdad que existan
noches tristes
ni cárceles de voz, ni cielos
masticables.
Morir sobre las flores,
sobre el agua,
sobre una arena en paz,
mientras los pájaros
trasladan la tristeza.
Morir con ansiedad, con toda el alma.
Mientras me peino
y me pongo la esperanza
como un traje
que nunca habré estrenado.
Mientras vuelvo
de un camino que no anduve,
y estoy cierto
de que es el buen camino.
Morir en una playa
cuando el sueño
no llega todavía. Cuando es fácil
imaginar que estoy despierto.
II
Tengo fe en esta tristeza,
en esta soledad,
en este miedo.
Tengo fe en el largo frío,
en el silencio que asciende
de la nada, si las cosas
nos observan por los ojos
hacia adentro.
Bajo un cálido fulgor,
bajo una calma,
con una luz de luna derramada,
es fácil despedirse,
es fácil olvidarse, por 10 menos.
Tengo fe en esta tristeza
porque es mía.
Porque la he sepultado muchas veces
y la encuentro
al final de cada sueño.
Tengo fe en este silencio
que los árboles me ofrecen.
Tengo fe en todas las piedras,
en todas las heridas.
en las más largas distancias,
en las manos
de los muertos.
Junto al túnel de la noche
o la escalera que sube
de los días.
Junto al río amanecido,
junto al tronco estaré en guardia,
por si llega la muerte
y no había nadie
velando su regreso.
Por si viene fatigada, por si tiene
rencor entre los huesos.
Por si he muerto
y no lo sabe el aire todavía.
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