Cuando esté con la tierra y sea tierra,
me asomaré a los tallos para verte.
Como un ojo de savia que ha aprendido
a ser mano vegetal entre la niebla,
extenderé hacia tu aire la mirada.
Andaré el amanecer hasta encontrarte,
como un dibujo perdido, irrecordable
desde el tiempo lejano de la infancia.
Haré buena amistad con las raíces
para ver el rail que traza el agua.
Podré extender mi pecho bajo el río
y serán los guijarros los que lloren
el vacío de las cosas poseídas.
Estaré en el cordel del horizonte
para ver nacer el día, con el asombro
de un niño asomado sobre el cielo.
Seré como una flor cerca de ti
para tener el sueño asegurado
y disponer de tu sombra como un velo.
El cielo hace preguntas y, el silencio
nos tiene acostumbrados a su peso.
El aire es nuestro amigo y, cuando vengo
a esta orilla del saber, ya no consigo
desprenderme de la herida de tu mano.
Me siento agradecido y voy dejando
la piel, como se dejan las palabras,
los saludos del otoño y las espigas.
Cuando me hayas destruido y esté seguro
de haber matado los relojes, será hermoso
contemplar la llama gris que nos habita
y recordar aquella voz que dije mía.
Será hermoso encontrar la primavera
antes de que haya sido decretada,
y hablar con voz callada con el viento.
Pasearse con la noche sobre el hombro
como un ala de nieve, tan cercana.
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