Si contemplo la piedra me pregunto
cómo es que no estás entre mis dedos.
Porque sé que es tuya esta ambición
de rodar y rodar sobre el silencio
o saliva que dejan las palabras.
Si miro esta hoja, esta montaña
diminuta en la distancia,
quisiera ver la fuerza que las mueve
para alzarse y estar en la mirada.
Los robles saben música y nos dicen
que el más hermoso cielo es el que tiene
las huellas de las manos y las marcas
que ha dejado tu prisa, cuando andabas
calculando las noches y las aguas.
Despiertas en la flor y me despiertas
para estar en el arroyo de la lava.
Para estar cerca del grito que la vida
ensaya entre el rosal y la espadaña
Me desnudo los ojos y descubro
las llamas escarpadas de la noche.
Descubro los caminos que anda el trigo
y deja señalados con tristeza
sobre el cielo encendido del verano.
Vuelvo a soñar el mar, y de este sueño
me nace una piedad como la infancia.
Como el banco del jardín todavía seco,
todavía recién pintado y tan pequeño
que apenas nuestra risa lo llenaba.
Te cubres el rostro con distancia
para estar más seguro de mi miedo.
Ignorante de las claves, me sorprendo
vagando por las cumbres del ocaso.
Me sorprendo cercando la sorpresa,
pero siempre tan lejos que no puede
morder el pie que pisa en tus pisadas.
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