Descalzo, por el cielo de mi noche,
de monte a monte, llorando
te persigo.
De esperaza en esperanza,
como andando
sobre piedras encendidas,
sobre troncos que me ocultan
el torrente.
Herido de tu ausencia
voy llamando.
Herido, desangrado, sometido
al mismo silencio que las flores.
Las puertas se me cierran
y las manos,
de tanto golpear,
se han vuelto blandas.
Se me hacen hielo y lluvia
los sonidos,
los gritos que no encuentro
cuando el día, de nuevo,
me mande levantar.
Cuando subo a los tejados
para verte
extender la niebla en lejanía
y empujar el sol para que llegue
sin temor
hasta el ocaso.
Los arroyos me persiguen
como perros. Son lagartos
que conduces, despacio, entre los árboles
para que no los aplasten las montañas.
Tu silencio es como un toro
que crece en la llanura
y nos embiste
hasta dejarnos sin aliento.
Que sube con nosotros hasta el monte
para herirnos cuando el aire
se amuralla en nuestros dientes.
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