Andando entre una noche
y una noche, construimos
la distancia
total de nuestros días.
La única distancia
entre dos puntos de sangre
y, sin embargo,
la más cierta, la que siempre
se nos muere.
Superando cada instante
podríamos llegar
hasta la voz que nos señala,
como se llega al final de cada río,
a la imagen
difícilmente cierta
de una fuente.
Andando entre una noche
y una noche, vencemos
la batalla de ceguera
que nos hace posible seguir siendo,
reptar a contraluz
con la esperanza.
La nada es un final
inalcanzable.
Solamente lo que está
bajo los siglos,
lo que nadie ha podido destruir,
aunque pensara muchas veces
haberlo destruido,
puede darnos la clave
de esta calma.
El triunfo está siempre
más distante
de todo lo sublime
que el único minuto real
en el que un niño
puede decir "eternidad"
con voz prestada.
Las cosas no se miden por si mismas
con pasos de existencia
ni con horas de estancia
en una espera.
Las cosas no tienen una edad,
es nuestro envejecer
lo que las marca.
Pero esta eternidad también se muere,
y sólo nos queda la verdad
como un trazo de silencio
más allá de las palabras.
El tiempo entre una noche
y una noche,
puede ser un ensayo de certeza,
un signo de que el miedo
no es el único motor
de nuestras aguas.
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