Un cielo y otro cielo forman
un solo cielo,
como las noches de llanto que se guardan
en un vaso.
Los rincones desnudos tienen
nuestra ira
y tienen nuestras manos
como las hojas muertas
que se han quedado fijas
bajo el agua.
Nos recuerdan los árboles
y apenas conseguimos
quitarnos su presencia
de los ojos.
Se nos hacen piedra los momentos
grabados a fuego y conservados
en las sábanas frías,
en las paredes
manchadas de sudor
y de nostalgia.
Nos hace falta sueño o valentía
para volver a estar
en los caminos.
Para volver a andar
los pensamientos
y recorrer las horas de la muerte.
Después de la lluvia
se quedan los cristales
cargados de silencio.
Resbalan por el alma, como sombras
las palabras de entonces,
las palabras
asombradas y crueles de la vida
que se ha visto cara a cara
con el fruto desnudo
de la carne.
Podemos soñar que el tiempo
es nuestro prisionero
y que la noche se nos vuelve
un árbol habitable.
Pero siempre tendremos esta hora
como un río de granito
sobre el pecho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario