Cavaré minas de sal y de granito,
perforaré la tierra con recuerdos
Aprenderé del castaño a ser constante,
del árbol secular y centinela.
Buscaré en el agua. tu mirada,
en los ríos diminutos que te llevan.
Estaré esperando con la lluvia
a que te hayas convertido en primavera,
a que asciendas al cielo con rocio
para bañar mi rostro en tu descenso.
Despertaré los ecos de los montes para
que me repitan tus cantares.
Preguntaré a la espiga, tan reciente,
por el viento que azota allá debajo,
si van esperanzadas las cosechas
y han vuelto los caballos del silencio
a convertir en sangre la pradera.
Preguntaré por tantas golondrinas
que tú has visto nacer y se reúnen
en rincones de luz en cuanto mayo
nos pinta de colores el sembrado.
Cavaré surcos de llanto y haré rejas
a los oscuros vientos que te dicen
borrado para siempre y que tus dedos
se han vuelto caracolas cenicientas.
¿Cómo son las noches en que esperas
desde hace tanto tiempo, desde apenas
unos días desde ahora en este instante?
Estoy sentado y lloro, y no pregunto
porque se que estás, aunque te has ido,
aunque sean las horas negros túneles
en la casa que se enfría de palabras.
Diciembre se ha marchado con los gallos
que llamaban a la aurora inútilmente.
Los robles te seguían como perros,
esperaban tus pisadas cuando abril,
cuando alondras y mañanas eran tibias cuando todos aprendíamos a estar tristes.
Los árboles que viven con tu sangre
me contarán de ti cuando los años
hayan roto el cristal de la memoria.
Estoy cansado y frío. Estoy rezando
con palabras de tierra, con palabras
que saben a pan de mediodía.
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