y con un llanto hermano de la nube
me cubro la mirada.
Te espero, Dios, y con las manos
enterradas en el pecho,
recojo los latidos
que vienen de la lluvia
y me traspasan.
De espaldas a la piedra
estoy llorando,
de espaldas al recuerdo,
y ya me sangran las palabras
de tanto haber gritado,
de tanto levantar una esperanza
que me sirva de puente
sobre el miedo.
Que me sirva de saludo
cuando el río de las venas
se hace oscuro y aúlla
sin descanso.
Repaso mi vida como un libro,
mastico como pan
los viejos sueños,
los que fueron respuestas
y hoy han muerto.
No quiero saber nada de los árboles
ni obstruir con la piedad
la sed que siento,
la muerte que madura en mis entrañas.
Estoy sentado y grito
y otra vez cierro los ojos
porque sé que es necesario
haber muerto muchas veces
para que vuelva el silencio
a decirnos que Dios
ha regresado.
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