A Juan A. Fdz. Tresguerres, que se ocupa de desenterrar nuestro pasado
Hemos sembrado la muerte en primavera
para tener un otoño rico en llanto.
Hemos dejado tu rostro abandonado
al tacto destructor de las corrientes
que ruedan bajo tierra y que repiten
tu perfil de esquina y de pañuelo.
Si el tiempo nos ayuda, si el sol vuelve,
tendremos asegurada la tristeza
para un tiempo tan largo como el cielo.
Deberemos construir otras palabras
para decir "amor", o "casa", o "padre"
porque ya no está al final de aquel camino
quien sabía toda la historia de los árboles.
Doblada está la tarde y plastadas,
como párpados negros, las campanas.
Disuelta va la noche entre rastrojos
y muerta de cansancio, la mañana
se suelta los cabellos por las zarzas.
Nos hemos quedado en los balcones
para ver llegar las águilas heridas,
para ver doblegarse los rosales
al aire mordedor de mediodía.
Los montes están llenos de rumores
y un cielo de ladrillos cenicientos
nos pesa sobre el rostro y nos traslada
al tiempo maternal de los suspiros.
Arrinconada y sola está la fuente,
doblada y parturienta como cierva
que se ha quedado sola en las montañas.
Ya no tenemos voces ni esperanza
para ver reflejarse alguna historia
en el cristal opaco de las lágrimas.
Qué solas y qué largas las veredas
por donde aún el quiebro de tu risa,
por donde una infancia oscura, todavía
nos llena las pestañas de guijarros
y nos deja los pies crucificados
en las puertas cerradas de la cólera.
Tendremos que vivir a puñetazos
y movernos de rodillas desde ahora.
Tendremos que enterrar los calendarios
y abrir ventanas nuevas para el grito.
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