Definir una flor a un silencio
no siempre puede ser
tarea humana.
Definir lo que no muere con nosotros,
la que llega hasta el final
de una alegría
se puede conseguir
mirando al agua.
El hambre es una pena construida
con piel de muchos días,
con un sabor a piedra
que armoniza
la intensa lejanía de su cauce.
El hombre es una muerte reducida
a esclavitud, un muro blanco
en que se escribe
una historia de señales
sobre el tiempo.
Definir una flor o un aire anónimo
no siempre es concedido
a nuestras labios.
Pera el hombre se alimenta
de misterio
y su voz es la sorpresa más cercana.
No se puede soñar de cada día
los mismos almenares,
las mismos adjetivas atrapados.
Pero estamos sobre el alba,
contra el cielo
de un acero muy concreto,
contra un aire que viene
de las siglos
sabiendo su lección.
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