Te buscaré en la noche blanca
de los trigos,
en el árbol fatigado que tus manos
habían levantado.
Te buscaré en el alba triste,
recorrida por los ríos
que no saben llorar
y por las lenguas carcomidas
de los prados.
Te buscaré en la sangre
de la arcilla,
en el cabello azul
de brezos lánguidos.
Subiré al castillo helado de la lluvia
para espiar la tarde que ya nunca
tendrá tu olor mezclado
con el humo.
Te buscaré en el silencio
de los gallos
y en la calma encendida
de las rosas,
cuando marchan las hogueras
y bosteza el laurel
sobre el hombro fugaz
de campanarios.
Seguiré tu voz entre las peñas
como el perro rastrea
antiguos pasos.
Perseguiré tu aliento
por los árboles,
por el largo rumor de
los maíces.
Buscaré tu semblante que se aleja.
Romperé el cristal
para que el grito
pueda nacerme limpio como nace
la hoz circunferente
hacia el verano.
Tocaré los muros por si llevan
todavía tu latido.
Por si llevan el tacto
de tus sienes
y el frío de tu cabello
anochecido.
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